martes, 10 de mayo de 2016

Escribiendo homoerótica o cómo etiquetarse de forma imprecisa

Nunca me he considerado un escritor de homoerótica. Ni siquiera ahora, con un libro publicado, siento que pertenezca especialmente a ese género, a pesar de que mi novela incluya relaciones entre hombres y un innegable contenido sexual. Me gusta pensar que, al margen de esos detalles, soy simplemente escritor.

Para mí las historias son fluidas y pueden contener todo aquello que imaginemos, en las combinaciones que más nos apetezcan. Amor, humor, sexo, intriga, aventura. La vida en las páginas puede, o al menos debería, ser tan amplia y compleja como en la realidad, así qué ¿por qué coartarse? Reconozco la utilidad de los géneros, pero a veces me da la sensación de que algunos superan su propio cometido y ahogan aquello que intentan definir. Una novela de crimen y misterio en la que hay sexo explícito y la pareja principal son dos chicos ¿es homoerótica? No dejo de pensar que es injusto e insuficiente catalogarla así.

Habría que hablar largo y tendido sobre cómo normalizar tanto unos aspectos como otros en la literatura, pero la teoría y la práctica, como siempre, no van de la mano. Las etiquetas ordenan y simplifican, así que todo el mundo las adora. Por mucho que nos pese están aquí para quedarse.

Me consuelo pensando que quizá en el futuro seremos capaces de tener la mente abierta y las palabras servirán sólo para expandir nuestros mundos, no para constreñirlos en fronteras ficticias.

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